Mayo 3 de 2017
8:42
Déjame contarte que al mirarte a los ojos y reir contigo la última tarde, al sentir tu boca en la mía y la memoria de tu cintura suave en mis dedos, revivo en mi propia piel las sabidas historias de hombres que han perdido la razón y la cordura por una mujer.
Que sólo me bastó mirarte la primera vez con los ojos de un hombre, para empezar lentamente a entender (demasiado lentamente) que eres el horizonte de mi camino. Y quizás no alcances a dimensionar, porque reflexionas acerca de merecerlo (o demasiado en no merecerlo), cuánto significas para mi corazón desde el primer momento en que nuestras manos se juntaron con una intención más profunda que un acercamiento desprevenido. Pero más aún, cuánto has llegado a ser para mí desde nuestro primer beso, perdido en una historia que, para bien o para mal, tengo grabada en mi memoria.
No obstante, tantas de esas cosas han llegado a ser poco, desde la tarde en que tu esencia se fundió con la mía de un modo más contundente de lo que imaginé. Estamos asidos los dos, cohesionados como la arena y el mar. Pero tal vez por la magnitud de este amor, lo esté yo más a ti, sin que mi corazón encuentre modo de ver otra luz. Esa es mi alegría y a veces mi debilidad.
Tu nombre, bendito nombre. Bendita tu dulzura y bendita la flor que me diste. Tu perfume, tu sabor y la imagen imborrable de tu cuerpo desnudo. Tus palabras, tu agitación, tu miedo y tu placer. Tus gotas de amor deslizándose como néctar por mi historia. La angustiosa soledad cuando ya no estás, convirtiéndote en sombra cuando me siento solo y luz cuando te recuerdo mientras repito tu nombre.
¿No lo comprendes, verdad? O tal vez sí y tienes miedo. Quizás porque en el fondo sientes lo mismo y tu vida se escapa sin que lo admitas a donde quiera que yo vaya, que siempre será un buen lugar para esperarte o por lo menos para extrañarte. Sí. Cualquier espacio ha sido bueno para amarte desde nuestro primer beso y cualquier momento lo es para echarte de menos desde cuando te hice mía por una tarde.
No tienes por qué saberlo, pero llegados a este punto, no sé a quién decírselo. No tienes por qué entenderlo. Yo llevo esta vida y Dios sabe cuántas más sin poder lograrlo.
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