Octubre 17 de 2016
21:44
A veces te miro, y contemplo a la niña que fuiste. Tú misma te sientes superada por la madurez del tiempo. Sin embargo, te brillan destellos de lindura ingenua. No lo sabes, pero resplandeces con los aromas de la primavera en tu boca, que se ríe y me besa; que me relata tus mundos y pinta fantasías en mi cabeza. Con la primavera de tus manos, sus colores de Enero y sus virtudes de Mayo; tus manos que me tocan y se deslizan con finura; tus manos tan bellas como palomas. Con la primavera de tu piel clara, que se esconde bajo tu ropa y se insinúa en tus senos; tu piel delicada que me contagia su tibieza.
He concluido desde hace años, que es un delirio verte, aunque no seas del todo consciente de ello. Tus maneras delicadas, como si dibujaras rosas al moverte. La dulzura de tu acento, un canto sin pausa, que me regocija el espíritu como un susurro de Dios. Eres tan bella, que lo sabes; tan dulce, que lo sientes; tan suave, que matizas gentilmente nuestro mundo cuando apareces. Me preguntas qué hago y no puedo mentir, ¡Te miro y no me canso!
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