Octubre 4 de 2016
13:08
Te miro llegar o tú a mí.
Nos comemos unas horas juntos o nos bebemos despacio una tarde.
Últimamente es tan grato estar contigo, perdidos y anónimos en calles distintas, en parques cómplices y recintos húmedos de café y música.
Y al final nos separamos, dejando un beso con sabor a "quiero más" mientras nos marchamos.
Luego me esperas o te espero yo, en el secreto lugar que escogemos para un último diálogo: Transgresores del amor cotidiano, subversores de cuadros y flores.
A veces son sólo minutos de intercambiar palabras, a veces horas sin querer detenernos. Ojalá tuviéramos un colchón así de espacioso para juntar sobre él nuestras reservas personales de sueños, risas, recuerdos y canciones.
Y al final del día, me pongo a pensar si el secreto de este amor persistente, esta bonita locura (tus palabras) es que sabemos estar distantes. Un cariño que fue a veces solitario y triste, se ha vuelto fragante de solidaridad y besos dulces. Encuentro algo nuevo en ti y me enamoro, sin usurpar tus espacios de mujer en los cuales no estoy presente. Y al mismo tiempo, me acompañas con el recuerdo de tu sonrisa y tu dulzura, en lugares como éste, donde sigue siendo placentero quererte aunque no estás conmigo.
Por la misma razón, me estremece contemplar la invasión, el deseo necio de agotarte, de abordarte de modo que ya no puedas ser tú misma. Y que me pierda yo también, con las fantasías y las tímidas sorpresas. Ya me lo has dicho, la fría rutina adormece la magia, resquebraja el encanto, extingue el misterio.
En esta época me volviste a sorprender... ¡Y cómo me encanta!
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