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Mi pensamiento ahora recorren las calles donde se anidaron tus pasos junto a los míos. No es ausencia, no es nostalgia, sino la tímida alegría de saber que estuvimos juntos. Y en el amplio sofá rojo, donde recostamos nuestros abrazos, se quedaron los sabores de tus besos y los licores dulces que apuramos mientras desnudábamos el alma. ¡Cuánto extraño ese lugar anónimo y familiar donde las tardes se hicieron verano y promesas de querernos! Mas ahora sólo hay manojos de recuerdos y la euforia de aquéllos sorbos que bebimos. Y la sonrisa se llama melancolía, melancolía de tus ojos negros.
¿Recuerdas nuestras risas y las palabras enredándose entre nuestros labios, mientras tanto se besaban? ¿Recuerdas tu rostro hermoseado por el calor del licor que bebías y mis manos atrapándote con la avidez de la noche que avanzaba al otro lado de la ventana?
No podía ser de otra manera que hubiéramos de amarnos, con la prudencia de los años y la ebullición de los días sin tenernos. Y tus besos me ardían y tu belleza me atrapaba, como si no fuera ya suficiente que te amara en una espiral ascendente, cuya cima creía haber superado. Pero te ansío más y mi corazón se precipita hasta lo alto para encontrarte en las fronteras elevadas de una locura que no parece tener fin.
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