12-11-2012
1:08 am
Como en mis días de juventud, anhelando correr a buscarte, recordé la ilusión secreta que mantenía viva la euforia en mi sangre, cada fin de semana: verte, sentirte y abrazarte, mientras bailábamos. Tanto me sosegaba la experiencia de semejante cercanía, que aplazaba sin cesar, hasta desperdiciarlas toda, las oportunidades que me daba la vida de estar a tu lado. Confié demasiado en la juventud, en las fuerzas que tenía y en la esperanza del mañana. ¡Cuánto he llorado por dejar volar esas horas que ansío!
Hoy la noche seguía igual, como entonces: fría, inesperada e impredecible. Caminé nuevamente buscándote, intentando atrapar tu imagen esquiva, mirándote en cada esquina, en cada espacio... En la sala donde besé por primera vez tus pechos cálidos, y tras el ardor de mi desesperación por sentirme junto a ti, te reprochaba tiernamente que me abandonaras cuando más te amaba. ¡Como recuerdo ese instante justo ahora!: En respuesta a un beso en tu frente, abriste tus brazos y me embriagaste de amores... Hace unas horas apenas, una amiga en común me recordó precisamente esa noche, cuando previamente habíamos inventado en la terraza una celebración, para encontrarnos como una gran familia. Aquella ocasión, tras la distancia y el silencio frío, terminamos los dos en la oscuridad, trenzados en un abrazo nuevo, uno que aún no olvido. ¡Cuánto deseo ese abrazo, cuanto muerde en el alma ese recuerdo de nuestra intimidad, de mi pasión desgarrada y tu complaciente dulzura! ¡Cuánto duele esta herida de haberte perdido! ¡Te me has ido, y quedé en una agonía que no se acaba!
¡Cuánto desearía que fueras tú quien hundiera la hoja afilada en mi pecho y acabara por fin esta honda pena! ¡Cuánto quisiera morir en tus brazos, cerrando los ojos al fin, sin miedo a alejarme otra vez!
Tras vagar casi a media noche, no pude evitar llegar a la esquina desde la cual ver tu casa, tu ventana con la luz encendida. Pude adivinarte allí, acostada, presente, a unos pocos metros de mis ansias. Te salude amorosamente en voz baja, con la esperanza de que mi beso te llegara como un rumor tibio en tus mejillas. Sabiéndote en la paz de tu casa, deseé lo mejor para ti, mientras honraba tu recuerdo en el frío de esta noche. Con la amargura de no haberte contemplado, pero de todos modos con la cercanía que me permite este tiempo aciago. Finalmente, llegué como pude a mi casa, obsesionado con la idea de recordarte otra vez en el silencio de mi estancia, de atrapar cuanto pueda de este naufragio en que se ha convertido mi existencia sin ti.
No me niegues tu abrazo ni tu beso. Vuelve para traer alegrías nuevas a este corazón que se envejece por tu ausencia. Déjame oírte otra vez, muy quedo, mientras te susurro que te amo, que siempre te he amado, que nací para eso mismo sin remedio; ¡Dulce condena de amarte en secreto, de esperarte en la soledad y el frío en que me has dejado!
¡Duerme amor de mi vida, confiadamente, mientras mi oración y mi deseo te bendice en el anonimato de este exilio!.
¡Que me prodigue la Providencia en este año más, lo que tanto sueño! ¡Las palabras ya no alcanzan a describirlo, sólo el llanto que expresa esta sed de ti, este furor con el que ya no puedo!
...Duerme mi amor...
Vuela una lágrima - Los nocheros
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