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Conocerte más, aunque ya sepa tanto de ti, es maravilloso. Me hablas, me regalas horas, me dejas verte. Son como gotas preciosas de tu esencia, que depositas en mis manos. Yo las guardo como un tesoro para mis momentos tristes, porque son el sueño realizado que ansiaba en épocas de intensa soledad. Entonces, corría a imaginarte porque ya no estabas. Hoy me apresuro a encontrarte, para descubrir algo generalmente inesperado.
¿Cuánto más durará este estruendo de euforia? ¿Quedan aún más ventanas por abrirse en el futuro, desde las cuales contemplarte mejor? ¿Existe la posibilidad de un no más, capaz de tornar estos días en penas y tu mirada en rastros de lo inexistente? ¡Cómo quisiera atrapar estos días en una botella, para beber si llegaras a ausentarte otra vez! ¡Cómo quisiera que nunca más te fueras!
No obstante, precisamente quizás por eso, el buen humor retornó hasta esta esquina de mi vida. Aún más cuando charlamos. Quizás por eso, no te lloro como antes. No tengo tiempo, ni ganas de hacerlo. Tampoco dejo de hacerte preguntas, como un niño frente al mar inmenso. No quiero guardarlas para mañana, porque, muy tarde, tras mucho lamentar tu distancia y suplicar por verte al menos de lejos, entendí que mañana no existe.
Lo que para ti es un saludo casual, para mí es el todo del día que comienza. Tú me miras y siento que me consuelas el alma. Me tocas y todo en mí se concentra en la tibieza de tu mano. Me abrazas y el tiempo se detiene alrededor, como una bendición infinita. Un beso tuyo es lo más cercano que puedo intuir del cielo.
Liliana, no puedo dejar de amarte, porque no sé hacerlo, y creo que tampoco nací para querer saberlo.
Me gustas tal como eres - Luis Miguel Sheena Easton
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