Diciembre 12 de 2020
10:39
«Todo a su tiempo», «cada cosa tiene su tiempo», «el tiempo esclarece todo», «el tiempo concede el final perfecto». Parece inevitable ser conscientes de que vivimos continuamente entre dos instantes, uno abriendo paso al otro, hasta quedarnos con nada. Pero, ¿Qué es el tiempo? La vida cambia, en un devenir que no podemos discernir con claridad. A veces como una rueda, en cuyos ciclos parecemos quedar atrapados sin remedio. Otras, como una línea, con secuencias de avances y retrocesos que nos son ofrecidas sin elección. Y finalmente, aquellas, en que los cambios son coordenadas dispersas sin coherencia entre sí, en una especie de caos indescifrable, como huellas que vamos plasmando en un lienzo. Naturaleza, cultura y subjetividad. Los trazos circulares u ondulantes de la vida, se conjugan con las líneas rectas continuas y discontinuas del mundo que habitamos, salpicados por los puntos aleatorios de nuestros antojos y caprichos. Es curioso considerar que estos últimos son los momentos para pequeños actos de la voluntad en los cuales pretendemos dar sentido a los dos primeros, nuestra propia manera de jugar las cartas que nos fueron dadas.
Por cierto, ella apareció en mi vida (y sigue apareciendo) como un dulce accidente de los ciclos anuales. Puedo afirmar que aquél seis de diciembre, al mirarla llegar a mi casa con su cabello corto y risa desprevenida, ocurrió un punto de inflexión en nuestra vida. Y en los años siguientes, cada mes de diciembre suscita una turbulencia de sensaciones y experiencias. He visto a Liliana radiante para una fiesta y agotada tras una velada de tragos y excesos. He desayunado con ella y hemos comido juntos. Hemos bailado y hemos hecho el amor en diciembre. Una vez dejé un bono para comprar un disco de acetato en su árbol de navidad, envuelto en varias capas de papel y plástico. Otra vez, ella me obsequió un set de bolígrafos con un "te quiero muchísimo" que detonó una voluntad inquebrantable de tenerla conmigo una tarde. Diciembre son las líneas circulares pintadas de colores de la noche buena, la música festiva y las ganas de amanecer a su lado, ebrios de baile y aguardiente. Diciembre son las líneas rectas de los días y las horas para salir a encontrarla, las calles encendidas de luces alegres que conducen a su casa, donde vive ahora y donde vivía antes. Diciembre son los sucesos aislados de desnudarla de la lencería color violeta que le había regalado una tarde meses atrás, para luego darnos presentes de navidad antes de amarnos en la euforia del vino; de encontrarnos de prisa una tarde para intercambiar regalos antes de ir con nuestras familias; de mirarnos de reojo y despedirnos gentilmente en presencia de todos.
Pero no todas estas intersecciones de acontecimientos y sucesos con sus puntos aleatorios pueden contarse junto a ella, que sería mi mayor dicha. Ella y yo sabemos que hubo temporadas de distancias y silencios mortales, tan ausentes uno del otro como tenía que ocurrir. Largos años y sus diciembres nos hallaron gravitando en universos bien distintos, sin saber de nosotros más que rumores. Varias veces intenté apurar la marcha o evitar los compromisos para poder al menos verla y tocar su mano, sin éxito. Diciembre se me volvía nada sin ella, como un eco vacío donde la melancolía llenaba de marañas los recuerdos. Vagaba erráticamente, buscándola detrás de nuestros recuerdos, en las mismas calles que habían envejecido sin nosotros. Saludaba a las mismas personas, escuchaba las mismas canciones y repetía las mismas oraciones, pero en semejante ciclicidad ella simplemente no estaba y para mí era trágico. No puedo expresar cuánto me faltaba su cercanía mientras bailábamos, la volátil fragancia de su cabello y la maravilla de recordar que era ella a quien sujetaba con delicadeza. Mientras otros celebraban, yo me retiraba sutilmente a recordarla, intentando atrapar algo de su esencia en el aire, en la festividad y en las luces que se encendían y apagaban como mi alma sin Liliana. Eran puntos aleatorios, intentos fallidos de regresarla a mí en circunstancias improbables. Eran diciembres amargos. Y uno de tales intentos, por errático que hubiera parecido, acertó para alterar el orden debido o quizás lo hizo para poner todo en su lugar. Sonó en el aire "El Reloj", de Roberto Cantoral, con la intensa interpretación del cantante chileno Lucho Gatica, un 28 de diciembre. Ella preguntó y yo contesté.
-¿Por qué te sientes nostálgico?
- ¿Prometes no burlarte ni regañarme?
- Lo prometo. ¿Qué paso?
- La verdad, esos recuerdos me dan un poco de dolor.... Creo que te hice mucho daño, solo pido perdón.
Semanas después, en una concurrida calle de la ciudad, ella y yo nos reunimos y todo recomenzó, en una sucesión de sucesos lineales y ascendentes. La espiral al parecer había continuado donde quedó inconclusa hacía décadas. Pero esa es otra historia.
Diciembre, en resumen, representa para mí lo que para la mayoría, pero con un notable tinte de romanticismo y renovado amor por Liliana. Es como si la rueda volviera a girar y toda la alegría transcurrida se concentrara en esta época de luces, compras y algarabía, que en sus comienzos me llena el pecho de ansias y expectativas. No hay cómo saber si estaré cerca de ella o no, pero me embarga esa dulce sensación de creer que será posible. Seguramente otros meses del año conservan recuerdos más significativos entre ella y yo, pero diciembre tiene siempre algo especial en el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por regalarme tu tiempo y permitirme compartir estas líneas. Deja tus comentarios con el corazón, tal como yo he regado estas cartas.