Diciembre 2 de 2020
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Se dice que pasamos el equivalente a dos semanas de nuestra vida besando. Esta acción involucra unos treinta músculos y un tejido nervioso equivalente a nuestra área cerebral. Durante siglos en la historia y una buena parte de los años de nuestra vida, el beso se ha convertido en un asunto intrigante. Como parte de las dinámicas del amor, es sencillo valorar el papel que juega, aunque no siempre se le da la relevancia práctica que merece. Como sólo sucede con pocos actos, aproximar los labios a la boca del ser amado constituye un acto de confianza y a la vez un gesto de vulnerabilidad. Besas lo que deseas. Te sinceras como nunca en un beso. Bien puede el beso anunciar el comienzo de algo grandioso o bien sentenciar su final.
Una noche de junio besé por primera vez a Liliana. Tuve que esperar más de dos años para que ocurriera y debo admitir que sufrí intensamente antes de lograrlo. Tantas noches aguardándola, tantas imágenes de ese momento y tantas situaciones donde estuvo próxima, aunque no lo suficiente. Y finalmente, ese contacto sublime, tan dulce y nuevo para mí. Durante un instante, entre abrí los ojos para comprobar lo que estaba sucediendo. Era ella y al fin ocurría esa especie de milagro. Como anécdota personal debo agregar dos aspectos conexos tras nuestro beso, en las horas que siguieron: el primero es que retuve el sabor de su boca mezclado con el de su labial de cereza, tanto como pude. No bebí nada ni recibí alimento alguno esa noche; tampoco lavé mis dientes y duré largas horas despierto, pensando en lo ocurrido. El segundo es que llegué a escribir evocando sentimientos con el corazón alborotado en un frenesí de emociones que nunca había experimentado hasta entonces. Me sentí el hombre más afortunado aquella memorable noche.
Paralelamente, una noche de marzo besé a Liliana por última vez. El frío taladraba los huesos y la música era triste, tras meses y años de despropósitos. Antes de partir, había dejado en sus manos la colección de cartas y poemas, entre las cuales estaba el registro de aquel primer beso de junio. A decir verdad, fue ella quien me besó, como un gesto gentil de su dulzura. Ahora que lo pienso, no hubo final mejor, ni podría haber sido de otra manera. Pero algo en mí murió con aquella despedida. ¡Cuán lentas las horas que siguieron, pues nunca acabaron! Luego de algunos meses, volvía una y otra vez al mismo lugar de aquél adiós para intentar recobrarme. La herida de la separación seguía abierta, y ninguna boca pudo borrar lo que Liliana dejó en la mía. Solía retornar, como anhelando escuchar ecos perennes en la calle estrecha, en los muros vigilantes y las rejas frías. Como si suplicara un final distinto para marchar en paz y terminar mi historia. Fue un beso errante de sus labios tan queridos, cuyas sensaciones intentaba atrapar para rehacer lo ocurrido, para que de algún modo ella supiera que la seguía queriendo.
Sin embargo, la historia de un amor así no puede limitarse al primer y al último beso. Hubo tantos más y con tan distintos desenlaces. Hubo besos a prisa, mientras nos escondíamos de todos los que nos conocían; y hubo un momento para un alegre beso compartido frente a aquellos de quienes nos escondimos primero. Hubo besos tiernos a la orilla de un lago, en un transporte público o una cafetería. Hubo besos solicitados súbitamente en un baile y concedidos fuera del alcance de las miradas. Los hubo apasionados donde los labios y los cuerpos parecían tocar una canción. Los hubo erráticos y libidinosos, bajo los influjos del alcohol.Y sucedieron los intensamente tristes, en la ebullición de un inminente adiós, frente a quienes, entre el desconcierto y la simpatía, adivinaban que había una historia no contada entre Liliana y yo. Una historia que terminó de contarse en marzo. Y en marzo, más de veinte años después, volvió a escribirse.
Y contada de nuevo, la historia reciente también está relatada con besos de nuestros labios. El final no fue el final, los grandes amores no terminan. Los llevamos dentro como semillas de frutos de antaño, esperando renacer en tiempos mejores. Bastó un acercamiento, una excusa oportuna y la melodía empezó a escucharse nuevamente en el amplio recinto sagrado de una biblioteca. Sus labios y los míos. ¡Qué labios tiene Liliana! Cuando se besa a quien se ama, queda el registro en la memoria. Entonces no sólo recordaremos cómo luce o camina, cómo huele o nos mira, sino cómo se siente exactamente su boca. Y fue inefable retornar al mismo filtrum, a las mismas comisuras, a la delicada piel enrojecida, al sabor ausente tan largamente extrañado y la sensación de intimidad que brinda un beso largo. Se entrega el corazón y ambos corazones lo saben. Nos palpita todo, como si la piel buscara su extensión natural en la piel amada. La respiración se agita y los pensamientos se descontrolan. Las emociones son dueñas y señoras de los momentos de tales aproximaciones. Las manos buscan los sexos, los besos son llamadas íntimas para acrecentar la entrega y esperar más sensaciones. Y para mi boca, en tan íntimo contacto con la suya, todo ello se le empezó a sintetizar en registros involuntarios de temblores. Besar sus labios delicados lleva implícita para mí, casi siempre, la experiencia de que comiencen a temblar los míos.
Como nota adicional, me parece importante resaltar que los besos siempre han sido coordenadas de nuestros estados de ánimo y del rumbo que ha estado tomando nuestro amor desde sus primeras fases. Los besos son cotas de esta historia, nada puede describirla mejor, aunque aquellos sean tan difíciles de precisar. Más aún, los besos son coordenadas y a la vez tienen las suyas, muy características bajo la figura de canciones. Las canciones me recuerdan besos y los besos instantes de nuestro devenir. Podría asegurar que de la larga lista de temas musicales que describen nuestros momentos, la mayoría está conectada a secuencias de besos. Y a veces basta escuchar una de ellas, para recordar la humedad tibia de sus labios, la textura blanda de su boca y la picardía juguetona de su lengua, en un instante específico. Nuestros besos tienen gusto, tacto, olfato y oído.. ¡Además, es tan lindo divisar esa boca!
A diferencia de otros episodios de nuestra historia, es imposible concluir este de un modo satisfactorio. Los besos han sido testimonios y testigos, nunca terminan de contar ni de contarse. Nuestros labios cruzaron las fronteras conocidas y han intentado otras nuevas... ¡Y cuántas más les esperan a las crónicas de nuestros besos! Siguen siendo objetivo y medio, en un sinfín de eventos que caracterizan a la perfección el discurrir de este amor sin par. Habré de contar más historias y en todas ellas aparecerá expresa o tácitamente una circunstancia alrededor de un beso u otra catalizada por un beso inolvidable. No existe manera de predecir lo que ocurrirá, pero siempre recordaré que Liliana y yo nos besamos.
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