domingo, 14 de febrero de 2016

Retazos de memoria

Febrero 14 de 2016
4:54



Habían sido años marcados por la melancolía y centenares de recuerdos salidos de la nada, que regresaban en las noches a embargarme el alma. Una dura pena por haber perdido tu cariño, en un adiós que le anticipó a mis ojos largas noches en vela, y a mi piel el frío de distancias insalvables.

Mas, por una cierta resistencia al olvido y a la muerte, los pasos me han dirigido con la misma tenacidad del sol en las madrugadas, hacia tu pecho, Liliana. Quizás, los abismos a los lados de un camino tan estrecho y solitario, no me han dejado vislumbrar otro sendero posible. Entre tanto, detengo la marcha eventualmente para agradecer por ti y alentar el viaje con trozos de tus miradas. Tus besos y la cercanía de tu cuerpo fueron días de sol, noches tibias de perfumes y cadencias excitantes de primavera. Pero inadvertidamente, también fueron reservas de calor para estos crueles años sin ti. Los ecos de tus palabras, la tersura de tus manos, la expresión de tu sonrisa, un cóctel que bebo en tragos dulces en las noches más oscuras.

Luego, inesperadamente, como una estrella fugaz, apareciste,
ante la mirada de quien nunca contempla el cielo,
Tal vez por una dulce providencia del Eterno,
que nos otorga sus dones sin merecerlos,
cegándonos con luces que aún disipadas en el olvido, persisten.

¡Siempre ha sido tan lindo verte surgir de repente, dulce compañera, mientras la agitación de mi pecho se contenta con tu llegada!... Como antes. Es nada el dolor, ¡Se marcha súbitamente!, pues tan cara es a mi vida tu cercanía, que no acierto a describirlo. ¡Cuanto más, si habías llegado a verme, tu prisionero sin cadenas, quien se incorpora ante la alegría infinita de mirarte a los ojos!

Y te quedaste para que te contara, sin la prisa de otras tardes, las novedades viejas de este amor que no se marchita, cuyo encubrimiento me había causado desvaríos. Era una confesión que me absolvió de morir sin que lo supieras, mi vida. Estabas tan hermosa como la noche, tus ojos seducían al extremo de detenerme en el tiempo, sin pedir nada más que mirarlos. Tu boca, una invitación al beso en el que aprendí cómo perderme sin regreso. Pero sobre todo, de un modo casi misterioso, la radicalidad de la presencia tuya que disipa la tristeza, como el buen vino frente a la lumbre.

Te deshojé mi corazón hasta quedarme sin nada en las manos, más que la tentación tierna de tocar las tuyas, y acaso una cordial invitación a que me acompañaras. Tanto me diste con tu mirada y la bondad de venir a encontrarme, que tendré mil ocasiones para recodar tu rostro, tu manera de sentarte. Tanto, que pienso que sólo tiene sentido escribir esto, para anclarme al recuerdo de esa tarde indefinible a tu lado. Por si no volviera a sentirte como entonces.

Me he acostumbrado a la idea de que no existe modo de prever la ruta que transitaré en adelante. Te me has ido otra vez, con la bondad en la mirada y el abrigo de un abrazo para el frío de mi habitual camino de añoranzas. Los días aguardan por prisas y tantas cosas, cuya cotidianidad se vuelve a veces insufrible; salvo por los sustanciales espacios donde apareces de nuevo en el pensamiento, en los sueños, en estas memorias que recorté en retazos para ti, para que sepas que te extraño.









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