Julio 17 de 2016
23:30
Hace varios años, intentaba tenerla cerca. Más cerca que de costumbre. ¡Y la costumbre era buena! Verla, era todo un acontecimiento. Luego, la experiencia de poder atraparla entre mis brazos, durante los cortos instantes que transcurría una canción, era una hazaña. Todo esto considerando que la quería tanto. De otro modo no sería más que otra mujer y un encuentro.
Podía pensar en ella toda una semana; ilusionarme con tocar su mano o besarla. Sin embargo, al final de una noche, tras haber estado en un espacio común, apenas la había visto reír de lejos y ocasionalmente conversábamos de cosas intrascendentes. Siendo consecuente, no sabía cómo actuar cuando ella aparecía. Por un momento me aterraba. Al siguiente, me atrapaba en la atmósfera que generaba con su presencia. Esa tensión a menudo llegaba a ser suficiente y adictiva para mí. Muy pronto descubrí que lo más lindo en mi existencia era saber que la vería y eso bastaría para ser feliz; de un modo insípido, básico, ahora que lo pienso. De aquellos fines de semana, me quedaban tanto una dulce alegría como una profunda angustia. Ambas se iban acumulando en dosis desiguales, mientras decidía escribir para recordar.
Desde entonces, la alegría y la angustia han sido dos pasajeras acomodadas en lugares distintos. Y escribir, pensando en ella y luego para ella, una barca en constante desplazamiento, Desde aquellos días, no dejo de navegar en busca de su mirada, aunque la mayoría de las veces me he perdido. Y unas pocas, las más bellas de mi vida, la hallé esperándome.
Te diré - Miguel Bosé
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