Julio 11 de 2016
04:12
Pienso que cuando mi alma se acostumbra a tu cercanía, la impresión de la distancia es tan atemorizante, que no existen palabras. Se construye la alegría con humildes esperanzas. Pero la tormenta suele ser cruel. ¡Y de pronto, queda apenas nada!
Pienso que son afortunados los ojos que te miran, las manos que te tocan. Quizás dan todo por sentado, como la respiración que les sustenta la vida. Mas, para quienes reservamos los valiosos segundos con el milagro de tus ojos, o la tersura de tu voz,... La tímida penumbra del silencio nos roba la vida, sin piedad.
¿Dejar de amarte? ¿Dejarte, mi vida? Quizás cuando mis ojos olviden abrirse de nuevo, y mi corazón deje escapar el último de sus latidos. Pero sólo quizás. Entre tanto, el silencio de tus ojos me confina a la prisión de noches como esta, caminando en la oscuridad hasta quedar exhausto; preso de una caricia, cautivo de un beso, naufragando en un confuso mar de preguntas. En las paredes permanecen taciturnos, ecos perdidos de tu risa, imágenes de tu rostro cercano y las caricias de tus manos. Todos van partiendo en silencio, mientras lucho por retenerlos, y me voy sintiendo solo.
Mas tú, quizás también lloras. Y el mismo silencio se convierte en un manto frío para ambos. Escogiste el momento más bello para extenderme las duras cadenas. Justo cuando dormía en tu pecho, cuando más te amaba. Y es dulce saber que te quiero, aunque despierte mirando cómo te alejas, porque sé que dejas algo más de ti esta vez. Te llevas mis sueños contigo, pero también sé que volverás con ellos.
El último beso - Vicente Fernández
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