Mi amor está ahí porque le encanta mirarte, y si no puede, se conforma con recordarte. Se muere por tocarte, por experimentar tus sabores. Y vive por el placer de hacerlo.
Si lo necesitas, lo tienes; si no te importa, mi amor sigue latiendo a la distancia. Si me miras, este amor me hace desearte; si no, me hace extrañarte. Si te escucho, me cobijo con el aire para sentirte como música y respirarte. Y si callas, mujer, si no le haces ruido, padecería mucho frío, hasta cuando regreses.
Mi amor se enloquece por vivir cerca de ti. Y si muriera, tendría que ser porque ya no te verá más, lo cual es imposible mientras vivas en su mundo. Liliana: mientras estés en mi memoria, nunca dejarás de ser mi Amor. Y si no te recordara, volvería a buscarte por la intuición de encontrar mi razón, como cuando te amaba sin haberte hallado.
Estaban una vez una mujer y la luna. Ambas brillaban y enamoraban cíclicamente. Impredecibles, ocultas, contundentes en la noche. La luna como siempre, inspiraba a sus soñadores y sortílegos. A su vez, la mujer se convertía en la inspiración de un soñador entre muchos, quien, presa del incontenible frenesí al saberla imposible y distante, se envolvía en el frío de la noche para mantenerse despierto. Ansioso, pensaba en su amor, mientras contemplaba a su pálida compañera en el cielo. Con el tiempo, divisaba semejanzas entre ambas: su impasibilidad, su romántica disposición, su silenciosa complicidad, su nocturna belleza, su fría distancia.
La luna, tal como suele hacer con sus soñadores y sortílegos, conocía de cerca la obsesión que despertaba la mujer en aquel corazón prisionero. Y para consolarlo del dolor de la ausencia, decidía brillar con más intensidad, en tanto él lloraba sus penas y sus ilusiones. No obstante, en las noches que la mujer regresaba, el hombre se olvidaba de su confidente. La luna entonces se escondía tras alguna nube, o se asomaba simplemente para comprobar que la atención de él estaba inmersa en el amor de su vida. En represalia, luego de cada encuentro, la luna acrecentaba en la mujer su costumbre de distanciarse de quien tanto la quería. El dolor y la lejanía eran su oportunidad de brillar más, mientras el hombre lloraba a solas.
El Amor forzó al Destino y tras años de inmenso silencio, la mujer apareció nuevamente en el cielo del hombre que tanto la había amado. Desde entonces, la luna ha recobrado la cordura y ha endulzado benévolamente el alma de la mujer, para que atienda las ansias de él. Sin embargo, extraña las épocas de ser luz en sus penas y escucharle contar sus renovadas ilusiones. Sabe ella que, tal como ha ocurrido desde tiempos antiguos, el Amor y el Destino a veces toman rumbos azarosos. Entre tanto, la mujer resplandece ante la fascinación de su hombre, y la luna espera su momento.
Hace varios años, intentaba tenerla cerca. Más cerca que de costumbre. ¡Y la costumbre era buena! Verla, era todo un acontecimiento. Luego, la experiencia de poder atraparla entre mis brazos, durante los cortos instantes que transcurría una canción, era una hazaña. Todo esto considerando que la quería tanto. De otro modo no sería más que otra mujer y un encuentro.
Podía pensar en ella toda una semana; ilusionarme con tocar su mano o besarla. Sin embargo, al final de una noche, tras haber estado en un espacio común, apenas la había visto reír de lejos y ocasionalmente conversábamos de cosas intrascendentes. Siendo consecuente, no sabía cómo actuar cuando ella aparecía. Por un momento me aterraba. Al siguiente, me atrapaba en la atmósfera que generaba con su presencia. Esa tensión a menudo llegaba a ser suficiente y adictiva para mí. Muy pronto descubrí que lo más lindo en mi existencia era saber que la vería y eso bastaría para ser feliz; de un modo insípido, básico, ahora que lo pienso. De aquellos fines de semana, me quedaban tanto una dulce alegría como una profunda angustia. Ambas se iban acumulando en dosis desiguales, mientras decidía escribir para recordar.
Desde entonces, la alegría y la angustia han sido dos pasajeras acomodadas en lugares distintos. Y escribir, pensando en ella y luego para ella, una barca en constante desplazamiento, Desde aquellos días, no dejo de navegar en busca de su mirada, aunque la mayoría de las veces me he perdido. Y unas pocas, las más bellas de mi vida, la hallé esperándome.
Cuando empiezo a extrañarte tanto, me quedo perplejo al dormir, porque te apareces reiteradamente en mis sueños. Llevo años oliendo tus cabellos, tocándote y saliendo contigo por lugares que nunca he visto despierto. Especialmente los últimos meses. Y lamento una madrugada de Mayo cuando me dormí, tras haberte dicho que te quería. Y siento nostalgia de unas pocas noches que dormimos juntos, si bien no sembramos suficiente, como para cosechar cientos de madrugadas más. Te extraño tanto, particularmente en las madrugadas que me despierto como si te sintiera dormir a mi lado. Sé que anoche no estabas, ni tampoco hace unos minutos, cuando recién abrí los ojos buscándote. Pero es tan intensa la sensación de tenerte abrazada, como lo es la desolación posterior de saberte lejos. Entonces, me doy cuenta de lo simplemente cruel que es extrañarte tanto.
Cuando te miro caminar,
deshaciendo penas a tu paso;
cuando te escucho hablar,
escribiendo música en el aire;
cuando esparces tu mirada,
-Paso silencioso a otro cielo-
Cuando simplemente estás;
justo en ese momento;
fascinado y agitado;
febrilmente siento,
que podría construir,
¡Mil mundos contigo!
Quiero que sepas que te pienso...
Estaba pensando en ti al acostarme,
y tras dormir y soñarte,
¡Me despierto y no dejo de imaginarte!
Sé que parece tonto y sin sentido
pero después de tantos días sin abrazarnos,
¡Se sienten más frías,
más solitarias estas noches!
Y recostado en esta orilla de mi cama,
no veo cómo se resiste este espacio,
Tantos años como ahora, sin tenerte a mi lado,
¡Sin sentir tu cuerpo y tu piel tan tersa!
Sin mirarte dormir y susurrar que te quiero...
O al menos no despertarte y que lo supieras.
Como esta madrugada que te pienso,
y duermes lejos de este amor que te anhela...
Cuando oigo tu voz, a veces cansada,
recuerdo que hace tiempo ya te amaba.
Tu voz era melodía atrevida,
que agitaba mi calma y me invadía.
Cuando te escucho llegar, cuando me hablas,
es un rumor nocturno y mi campana.
Esa voz tan tuya, que me estremece,
aún me llama cuando no estás presente.
Tu voz, en gemidos que me regalas,
en placenteras risas y en palabras.
En mis oídos ansiosos tú las viertes,
desde tu boca hermosa, que es su fuente.
Evoco lo que siento si me llamas,
si pronuncias mi nombre o si te enfadas...
Si susurras, o dices que me quieres,
¡Cierro mis ojos, te sueño por siempre!
¿Qué me queda?
Extrañarla es lo mismo que tenerla un poco.
Son preferibles los ecos de sus palabras;
su perfume que se desvanece entre mis dedos;
el sabor de esos labios dulces, que se impregnó en mi boca...
A no haber tenido nada que la recuerde esta noche triste.
Esto me queda...
Es mejor un cabello suyo perdido en mi ropa,
rastro de su cielo aromático que una tarde yo respiraba,
porque ella me abrazó y fue entre mis brazos prisionera.
Porque no estoy loco al recordar que me quiso un día.
¡Aunque ahora el viento frío me dice que está lejana!
Pienso que cuando mi alma se acostumbra a tu cercanía, la impresión de la distancia es tan atemorizante, que no existen palabras. Se construye la alegría con humildes esperanzas. Pero la tormenta suele ser cruel. ¡Y de pronto, queda apenas nada!
Pienso que son afortunados los ojos que te miran, las manos que te tocan. Quizás dan todo por sentado, como la respiración que les sustenta la vida. Mas, para quienes reservamos los valiosos segundos con el milagro de tus ojos, o la tersura de tu voz,... La tímida penumbra del silencio nos roba la vida, sin piedad.
¿Dejar de amarte? ¿Dejarte, mi vida? Quizás cuando mis ojos olviden abrirse de nuevo, y mi corazón deje escapar el último de sus latidos. Pero sólo quizás. Entre tanto, el silencio de tus ojos me confina a la prisión de noches como esta, caminando en la oscuridad hasta quedar exhausto; preso de una caricia, cautivo de un beso, naufragando en un confuso mar de preguntas. En las paredes permanecen taciturnos, ecos perdidos de tu risa, imágenes de tu rostro cercano y las caricias de tus manos. Todos van partiendo en silencio, mientras lucho por retenerlos, y me voy sintiendo solo.
Mas tú, quizás también lloras. Y el mismo silencio se convierte en un manto frío para ambos. Escogiste el momento más bello para extenderme las duras cadenas. Justo cuando dormía en tu pecho, cuando más te amaba. Y es dulce saber que te quiero, aunque despierte mirando cómo te alejas, porque sé que dejas algo más de ti esta vez. Te llevas mis sueños contigo, pero también sé que volverás con ellos.
Un deseo, unos números;
recorrer montañas contigo...
Navegar mares y besar sus playas,
marchando sobre el viento, a tu lado.
Amarte durante las noches,
envueltos hasta quedar exhaustos...
Y beber de tu sonrisa durante los días,
probando las delicias de la tierra.
Ignorar el tiempo, devolverle el pago;
y refugiarnos en las locuras del verano,
donde nada nos alcance,
salvo la Vida que nos fue esquiva.
Dibujar tus líneas y tus secretos...
Indagar en tu corazón tu felicidad,
tomado de tu mano, al ritmo de tus pasos,
bebiendo borbotones de miel en el camino.
Bailar juntos, hacia el cielo,
donde mil estrellas resplandecen en tus ojos,
con la percepción exaltada de otros mundos,
ordenados por el Amor y nuestros anhelos...
Tanto sueño para ti, al descubrir,
en una luz celestial la esperanza de estar juntos,
en otra, la plenitud de entrelazar las almas,
y en otra la paz de vivir contigo.
Cada mañana y cada noche descubrir sonidos,
perdiéndonos uno en el otro,
sin pausa, más que para recobrar el aliento.
planeando nuevas lunas, nuevos mares y nuevos cielos.
Ayer sembré una ansiedad de ti, frente a tu casa, mirando tu ventana. Se me salió del corazón por casualidad, mientras rastreaba senderos impregnados de tu perfume. Hay ocasiones de estremecerme tanto con tu recuerdo, que es insoportable la necesidad de recorrer tus calles, para mirar lo que tú ves. Intento atrapar fragmentos de tu vida, dispersos como pétalos, para conservarlos frescos en la mía. Sabía que no estabas, pero aquél espacio mudo era entonces lo más cercano a tu presencia, a la cual me aferro como a una luz tímida en estas noches de tu ausencia.
Cada quien encuentra maneras
de amar, de soñar, de vivir...
Yo te encontré a ti,
y eres mi amor, mi sueño, mi vida.
No quiero resignarme a la noche.
Quiero amarte, envolverme en tu cabello;
reconocer que nací para quererte,
sembrando suspiros en tu pecho.
Y al besarte, con obsesión y encanto,
descubrir por qué no dejo de pensarte;
y descansar de esta marcha intensa,
tras los misterios de tu cielo y tu mar.
Tu boca es la recompensa para mis ojos,
que no cesan de ver arriba de tu cuello.
Como si todo mi cielo fuera tu rostro,
como si mi vida dependiera de un beso.
Y cuando contemplo la manera en que me hablas,
siento la misma curiosidad y embeleso,
de aquellos días cuando me deleitaba,
descifrando tus palabras y tus gestos.
Y aún me sucede al besarte, mi vida,
aprisionando con ternura tus labios...
¡No sé explicarlo, de veras no podría,
es inefable, igual que el aire en el verano!
Déjame probar, como si no conociera,
ese néctar delicado que me guardas.
Que me sacia, y sediento otra vez me deja,
¡Pues tu sabor es dulce, y así te imaginaba!