Junio 15 de 2016
01:40
Te quiero mucho, aunque esté levemente consciente de lo que ello signifique en el balance final de nuestra existencia. Has estado ajena a las angustiosas noches, buscándote en la fiebre mortal, mientras te escapabas sin despedirte. Has estado latente durante años de suspirar por ti en silencio, imaginando apenas lo que hacías, o presintiendo los giros que daba tu existencia. Has estado patente en los recuerdos que me quedaron al esforzarme por revivir cada detalle posible, tranquilizando este corazón que persiste en esperarte. Y has estado muy presente todos estos años, pero especialmente cuanto he podido disfrutar el placer de tu cercanía tan ansiada... Y qué decir de la sorpresa impetuosa de tu amor, contra toda previsión y cualquier anticipación, por optimista que fuera.
Hoy he recordado aquel anochecer de Febrero, cuando te recontaba toda mi ansiedad represada durante todos estos años de tenerte lejos. Y desde entonces, he sentido el torrente que has vertido sobre mi alma con cada saludo y con cada encuentro. Cuando te veo y charlamos, siento una potente sensación de intimidad que me estremece hasta las lágrimas, por todo lo que he perdido al tenerte tan lejos. Tu vida es una bendición que me cuesta describir con palabras, y cuyas implicaciones me marcan por los años que vendrán, estoy completamente seguro.
La tarde de sábado que orabas conmigo, ocurrió algo que difícilmente entiendo: Me traspasaste el corazón con un impacto de tal afecto y lealtad que jamás había vivido antes. Me sobrecogió de tal modo ese momento trascendente, que considero constantemente lo que significa. Y si me propusiera terminar de expresar lo que me sobreviene al pensamiento cuando veo tu nombre, sé que las horas serían insuficientes hasta la noche.
Sólo quería decirte que te quiero, que te extraño y te pienso mucho, Amor de mi vida. Pero como ves, siempre tengo algo más para agregar.
Sólo pienso en ti - Guillermo Dávila
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