Noviembre 26 de 2013
10:07Nada cambió tanto mi existencia como el paso fugaz de tu feminidad por mi pecho, mis sentidos, mi alma.
Nada me ha dolido de forma tan pertinaz como nuestro adiós, aquella visión última de tu regreso a casa, dándome la espalda mientras te alejabas con mis poemas desconocidos en tu mano.
Y ahora que la pena aún entona sus cantos para mí sin descanso, hermana gemela tuya que se quedó para acompañarme mientras regresas, agradezco a Dios por tanto vigor creciendo entre lágrimas. En verano, viví meses de rodillas sacudiendo los recuerdos y resignando la posibilidad de buscarte, amándote en silencio. El color del otoño me encontró extrañándote a la distancia, como el viejo león a su manada, mascando hierbas de olvido y angustia. Finalmente, para el invierno la melancolía se tornó de tirana en prisionera amigable, compañera pródiga en valor y ánimo para el camino. Me mataste de mil maneras, pero me hiciste fuerte para las lunas amargas que me esperaban por peregrinar buscándote en otros brazos. Nunca te acaricié, flor de primavera, como durante aquellos días de locura y ebullición. Nunca logré encontrar en otra tu aroma, tus colores y latir. Hoy, en mis manos trémulas queda apenas un recuerdo, y en mis ojos febriles brillas siempre bella, con la tibieza de tantas mañanas juntos.
Te extraño hasta la muerte en este invierno desleal...
Dime- Rubén Blades
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