Septiembre 11 de 2018
9:12
Busco desesperadamente esa ola, ese instante de amor contigo. Hace varios años soñé con ese beso convertido en tu cuerpo de mujer, dispuesto para mí como un poema infinito. Y ese sueño se transmutó en mil besos y estos en tu cuerpo desnudo, después de salir juntos, bailar hasta el agotamiento, verte sonreír y escucharte cantar. Nos amábamos a escondidas de las calles, con frenesí, con locura, con pasión, con ternura, con la ansiedad de los que saben amarse sin estimar las consecuencias.
Aquella noche fue única, como nuestro cariño, sembrada de locura y libertad: libertad de tus poros, de mis impulsos, de sentirnos vivos, como si hubiéramos escapado de la prisión milenaria. Te encontré a solas, en la oscuridad de un cuarto diminuto, bajo las cascadas de agua caliente, entre las sábanas que abrigaban nuestro sexo y escuchaban nuestras palabras impregnadas de deseo. Afuera, llovía. Nos amamos tanto y no sé cómo, tras la rutina del cansancio y la agitación de la música. Nos entregamos las caricias y se entrelazaron nuestros cabellos, pero más allá de la piel, nos entregamos el alma. ¡Cómo puede amarse tanto en pocas horas!
Luego, como las otras noches, pero de madrugada, sobrevino el frío de la separación... Había sido toda una noche, pero al mismo tiempo la mejor que nuestro amor había experimentado. Entre la turbulencia de llegar a tiempo y la gris melancolía del cansancio en tus ojos, nos fuimos despidiendo desde cuando salimos de aquella ducha tibia, y aún quedaba fuerza en mí para seguirte amando (tenaz deseo de estar unido a ti y no dejarte partir). Pero las horas que habían sido dulces cómplices, ahora eran crueles y frías. Tras el itinerario conocido nos besábamos, diciéndonos adiós con leves gestos. Tú ibas de vuelta a tus laberintos; yo partía lejos con la angustia de no tenerte más a mi lado.
Fue una noche, hay tanto que decir, brillos del tiempo para recordar. Nuestros cuerpos inundados de sudor mientras bailábamos, mientras amábamos; nuestra dicha agitada por burbujas de licor; manos ansiosas, bocas ávidas jugando con nuestra piel y nuestro sexo, como dos ángeles, como dos condenados. Y la vida no me alcanzará para contar qué fue de nosotros durante esas horas. Y quedan estos recuerdos para que otros sepan que fuimos uno solo, una sola noche, una sola historia.
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