Abril 2 de 2021
22:35
El viernes santo en la tarde, tras la noche de momentos dulces y erráticos de aquél jueves santo, en la agonía de saberte perdida, quería todo lo que me evocara a ti. Te recordaba con melancolía, con apego, con el sentido desgarrado de querer tenerte y de saber que de muchos modos no estabas ya. Y tu hermana, esa buena tarde, como un ungüento para la herida abierta, me decía que ciertamente me habías querido, aunque por ahora no había nada qué hacer. Quizás por leer en mi mirada lo que no me atrevía a confesar, en la bondad de quien nos acompaña a caminar cuando no hay a dónde ir, ella estuvo destinada a saber cuánto te amaba. Y creo que leía lo mismo en mis ojos, años después, cada vez que hablábamos sobre ti, o quizás tan sólo al ver cómo alterabas mi vida sólo con acercarte o aparecer a la distancia, como un milagro.
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